martes, 14 de agosto de 2007

Dicen que le hace, pero no le hace

Antonio Peredo Leigue
Agosto 11, 2007

Ocurre con más frecuencia de lo que puede suponerse. Cuando no tienen argumentos para oponerse a alguna acción, declaran muy sueltos de cuerpo: "Está muy bien eso, pero...". Es una buena argumentación que puede iniciar un debate interesante. Lo lamentable es que, los pero resultan repetitivos: "Gracias por su solidaridad, pero es muy autoritario", "recibimos con gratitud su ayuda, pero no estoy de acuerdo con ese dictador", "formo parte de la asociación de amistad, aunque estoy en contra de su gobierno". Podríamos refutarlos con otros conocidos estribillos: estar con Dios y con el diablo, montar en dos caballos y algunos más.

No se trata de juegos de palabras. Tomemos las cosas en serio. Venezuela es un país que explota y vende petróleo, desde la década de los '40. El dictador Pérez Jiménez transformó Caracas, en pocos meses, utilizando las primeras ganancias del petróleo. Rómulo Betancourt, un optimista pro norteamericano, impuso a las transnacionales el "fifty – fifty" (mitad y mitad) en las ganancias y nadie protestó. La OPEP fue una iniciativa venezolana que controló los precios del petróleo a principios de los '70 y los países imperiales absorbieron el duro golpe. ¿Cómo es que ahora, cuando Hugo Chávez apoya a los países empobrecidos de la región, vendiéndoles petróleo a precios concesionales, lo condenan como el peor régimen que ha tenido Venezuela?

La corrupción como norma
Cuando una insurrección popular derrocó a Pérez Jiménez y la Junta de Gobierno pidió a Estados Unidos su extradición, Washington se negó a entregar a un amigo. Luego vino el pacto de gobernación entre ADECO y COPEI. Uno tras otro, ambos partidos fueron enriqueciendo a sus próceres, con el contentamiento norteamericano. A alguno, hasta se le permitió tener veleidades socialistas, siempre que cuidara no pasar la raya.

Cuando el bolívar se derrumbó en medio de ese mar de corrupción, Estados Unidos reservó toda opinión, "consciente" de que debe ser respetuoso de la política interna de otros países. ¿Alguien ha castigado a los corruptos? Por supuesto que no. Las cuentas que éstos manejan en todo el mundo, sirven para que los bancos internacionales sigan haciendo grandes negocios de los que ellos también participan.

Esa es la norma de un sistema que tiene su centro en la Reserva Federal de Estados Unidos. Para confirmarlo, basta recordar un hecho ocurrido a fines de la década pasada. Un fondo de capitales, de los que negocian en las Bolsas del mundo entero, se metió en una especulación de grandes proporciones y fracasó. Con un fondo propio de 4.500 millones de dólares, realizó una operación por 120 mil millones, prestándose dineros de 75 bancos norteamericanos. La empresa debía quebrar, pero acudió en su ayuda la Reserva Federal y, el director de ésta, convocado por el Senado norteamericano, explicó que, si no lo hacía, iba a producirse una catástrofe económica que afectaría a Estados Unidos y, en consecuencia, al mundo entero.

Ese es el sistema. La corrupción y los malos negocios están garantizados, mientras quienes lo hacen, son sumisos a las políticas de Estados Unidos.

Los enemigos del imperio
Desde Washington o desde Nueva York, da lo mismo, se mantiene una constante vigilancia sobre cada uno de los países que, según sus criterios, corresponden a su órbita de influencia. Hoy en día, esa órbita se extiende a lo largo y ancho del planeta, con algunas y muy contadas excepciones. A través de organismos aparentemente neutrales, por ejemplo, publican estadísticas de la corrupción aunque, por supuesto, Estados Unidos de Norteamérica nunca figura en éstas. Como Washington dispone de la mayoría de votos en el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para citar sólo algunos, define quiénes pueden recibir créditos, cuáles tendrán acceso a los fondos del llamado "stand by" y aquellos que son castigados.

No se trata, como podrían pensar algunos, de gobiernos que lanzan discursos progresistas o asumen poses populistas. Eso puede aceptarse; incluso se les impulsa a que sigan haciéndolo. Muy distinto es cuando comienzan a concretarse acciones que se orientan a quebrar el orden establecido de países ricos y países empobrecidos.

Dos ejemplos que no pueden ser calificados como comunistas ni autoritarios –término tan repetido para acusar hoy por hoy. A principios de los '80, el gobierno de México, reaccionó a una crisis provocada por la banca privada, nacionalizando a todos los bancos de ese país. La crisis se produjo porque, éstos traspasaron más de 20 mil millones de dólares a Estados Unidos, en menos de una semana. Por eso mismo, el gobierno mexicano inició gestiones con otros dos países latinoamericanos, para declarar una mora en el pago de la deuda externa. Washington introdujo rápidamente una cuña y, mediante concesiones, logró que uno de ellos, rompiera el acuerdo. Al mismo tiempo, impuso al gobierno de México un programa de restricciones, única forma de superar la crisis económica que sus bancos instalados en éste país, habían provocado.

El segundo ejemplo tiene que ver con el total de Latinoamérica. El Sistema Económico Latinoamericano (SELA), se organizó bajo el principio de unificar políticas económicas conjuntas para encarar las negociaciones sobre la deuda externa y concordar las balanzas comerciales internacionales. Hubiera sido escandaloso impedir su funcionamiento. De modo que, hábilmente, logró que los funcionarios destinados a aquel organismo lo redujeran a una entidad burocrática que, después del primer año, no intentó más concretar sus objetivos. Así, vegetó por mucho tiempo, para satisfacción de los empleados de altos sueldos. ¿Alguien sabe si sigue funcionando?

La integración es ahora el enemigo
Los gobiernos de Bolivia, Venezuela, Argentina, Ecuador e incluso Brasil avanzan hacia un proceso de integración. Este es el peligro que ve Estados Unidos en esta parte del continente. Por lo tanto, los gobernantes que propician este proceso, son enemigos. Hugo Chávez ha sido condenado como "autoritario" y "antidemócrata"; por supuesto, es una condena sin apelación, por la misma razón que no hay figura de juicio. Los serios analistas de nuestros países, se encargan de hacer creíble tal fallo. En consecuencia, todo lo que haga Hugo Chávez está contaminado con el estigma del autoritarismo. Ahora, se le asigna el oculto propósito de mandar sobre los países que caen bajo su influencia.

Las inversiones que Venezuela está haciendo en Bolivia, no son solidaridad, ni nos beneficiarán, como lo siente el pueblo. Sólo son muestras de la mala intención de Chávez por apoderarse de Bolivia.

Pero, como era de esperar, quienes hacen tales juicios, no juzgarían mal que Estados Unidos nos imponga el TLC y vuelva a llevarse nuestras riquezas. Porque, parafraseando el lema que aparece en cada dólar: "In USA you trust".

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