sábado, 6 de octubre de 2007

Historias irredentas

Por Antonio Peredo Leigue
Octubre 1, 2007

Evo Morales, presidente de Bolivia, dijo ante el foro de las Naciones Unidas: “el mundo tiene fiebre por el cambio climático y la enfermedad se llama modelo de desarrollo capitalista”. Como para confirmar la contundencia de esta afirmación, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, desconoció el carácter integrador de la organización mundial e hizo caso omiso de los peligros que se ciernen sobre el planeta. Su respuesta ha sido convocar a 15 gobiernos aliados, para hablar y tomar decisiones sobre el medio ambiente… a su modo.
Ahí están las dos posturas antagónicas: una abrumadora mayoría del planeta que reclama cuidar el planeta en que vivimos y una minoría de países enriquecidos por la devastación de la naturaleza ignora las advertencias. Parece imposible conciliar estas posturas.
Instrumentos de destrucción

No hay duda que las armas de guerra, las terribles armas nucleares, biológicas, tóxicas y muchas más siguen siendo el mayor atentado contra la vida. Pero también son atentados el arrasamiento de los bosques, la desertización de campos cultivables, el envenenamiento de la atmósfera y el hacinamiento de la humanidad en ciudades monstruosas.
La sociedad humana avanza descubriendo los secretos de la vida y retrocede inventando armas letales y arrasando la naturaleza. El mundo está enfermo y la enfermedad la promovemos nosotros; con más precisión: los grupos privilegiados.

Como esos grupos han acumulado la mayor parte de la riqueza del planeta, pueden permitirse algunas limosnas. Así, por ejemplo, sus sociedades de caridad compran oxígeno; no se trata de ese gas purificado para uso terapéutico, sino de compromisos para mantener protegidas áreas especiales en los países empobrecidos. Estos grupos soberbiamente enriquecidos viven allí donde la naturaleza ha sido sepultada por el cemento y compran oxígeno a nuestros empobrecidos países.

Por supuesto, eso no es el remedio. El calentamiento global avanza. En los últimos cincuenta años, para dar un dato local, el cerro Chacaltaya ha perdido el 90 % de sus nieves que, como lo aprendimos en la escuela, eran eternas. ¿Cuánto falta para que ocurra lo mismo con el Illimani, el Illampu y otros más? En ningún lugar del planeta puede hablarse de nieves eternas, porque están desapareciendo.

Vida humana
Podríamos hacer una reflexión que concluya en el hecho de que, más allá del envenenamiento de la atmósfera y el cambio climático, la vida puede continuar en el planeta. Algunas especies se adaptarán y otras nuevas surgirán, con capacidad para reproducirse y desarrollarse, comenzando un nuevo ciclo de la vida en la Tierra. Sabemos que así sucedió hace millones de años.

Con menos dramatismo, es posible sustentar que se ha iniciado una nueva era glacial. Que el ser humano, habiendo soportado la anterior glaciación del planeta, está hoy mejor preparado y puede superar el próximo. Dentro de algunos miles de años, los glaciares retrocederán una vez más hacia los polos y las cordilleras lucirán sus cumbres nevadas, que surtirán nuevos y caudalosos ríos.

Pero hablamos de la vida en las condiciones actuales. Si la humanidad ha avanzado tanto como para explorar el espacio exterior, también tiene los instrumentos necesarios para detener este proceso e impedir un mayor deterioro. Es posible, incluso, revertir esta situación y recuperar aquella normalidad a la que nos adaptamos desde la época de las primeras civilizaciones.

Sin embargo, hay fuerzas empeñadas en sostener su prosperidad particular y momentánea, sin importar lo que pueda ocurrir mañana. Esta es la posición del gobierno norteamericano. George W. Bush lo ha explicitado abiertamente, pero no se trata de él o de su gobierno; los anteriores presidentes de Estados Unidos, republicanos o demócratas, han sostenido la misma posición: están en contra de reducir las emisiones de gases nocivos, porque restringiría la productividad de sus industrias. ¿Cuáles?, principalmente dos: la industria bélica y la automotriz.

Protocolo de Kyoto
Hace quince años, la casi totalidad de los países firmó un acuerdo que se conoce como “Protocolo de Kyoto”. Sus metas son más bien modestas: disminuir un 5% la emisión de gases nocivos hasta el año 2012. Ni siquiera se trata de que cada país, reduzca ese porcentaje, sino que el total de reducción en el planeta alcance tal cifra. Estos gases, los que más provocan el deterioro del medio ambiente, son seis: dióxido de carbono (CO2), gas metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), además de los industriales fluorados: Hidrofluorocarbonos (HFC), Perfluorocarbonos (PFC) y Hexafluoruro de azufre (SF6). Con la oposición de Estados Unidos y el incumplimiento de otros países altamente industrializados, en lugar de reducción se ha producido un aumento de estas emisiones. Así, el protocolo ha quedado reducido a una declaración sin mayores consecuencias.

La rotunda frase del presidente Evo Morales se hace incontrovertible: la humanidad y el planeta estamos enfermos; el tratamiento es claro: cambiar el modelo de desarrollo.

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