Por Antonio Peredo Leigue
Noviembre 5, 2007
Hoy, a nadie alteraría el anuncio de que el barril de petróleo alcance el record de 100 dólares. Sabemos que esto ocurrirá más temprano que tarde. Siendo productores, debiéramos saltar de alegría. Lo cierto es que debemos preocuparnos; no sólo en Bolivia, sino en cualquier país productor o consumidor.
Son varias las razones que elevan el precio de los hidrocarburos: la creciente demanda de los países altamente industrializados, el agotamiento de este recurso no renovable, la recuperación de la cotización de las materias primas y, sobre todo ello, la vertiginosa caída del dólar.
Ciertamente, este último es el factor preocupante. Ocurre que, la economía mundial, pero sobre todo la de los países empobrecidos, aún gira alrededor de la moneda estadounidense. Comercio internacional, créditos, pagos, ahorros, todas las transacciones y, por supuesto, la contabilidad, todo está fijado en dólares.
El botín del vencedor
Sabido es que, al término de la Segunda Guerra Mundial, Washington quedó en poder de la economía mundial. Se respaldó formando el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, como organismos financieros de Naciones Unidas, aunque en realidad los manejó EE.UU. y sigue haciéndolo hasta hoy. La Unión Soviética apenas pudo aislarse, con resultados mínimos pues, su comercio con el resto del mundo se calculaba en la moneda norteamericana.
Con semejante poder, a partir de entonces, Washington se preocupó muy poco por el respaldo de su moneda. Simplemente emitía lo que precisaba para ampliar, cada vez más, su poderío internacional. Es así como, de moneda que se cambiaba por oro a un precio preestablecido, pasó a ser divisa poco confiable. Los mismos organismos financieros internacionales debieron crear una moneda ficticia, para no caer en el caos financiero.
Sesenta años después de terminada aquella conflagración, Estados Unidos de Norteamérica sigue beneficiándose con el botín. Pocos países se libran de soportar el peso que provoca la devaluación de la moneda norteamericana. Si la deuda externa de todo el mundo sobrepasa un billón de dólares, la Reserva Federal de Estados Unidos tiene una deuda interna mayor aún.
En otros términos: los países empobrecidos y aún los que no lo son, mantienen la moneda de Estados Unidos.
La riqueza de las naciones
Es indiscutible que nuestra riqueza se cifra en el valor de la producción que desarrollamos. Sobre esa base, nuestro gobierno, ha logrado un avance considerable que se expresa en cifras positivas para todos los índices económicos. El riesgo está en que, tales índices se expresan en dólares, porque las reservas se mantienen en esa moneda. Por tanto, los productos que adquirimos nos cuestan más y nos pagan menos por los productos que vendemos.
Más aún: las reservas que mantenemos corren el riesgo de reducirse al ritmo de la devaluación del dólar. En consecuencia, pareciera lógico que cambiemos esta relación y, por ejemplo, en vez de comerciar a precio dólar, lo hagamos tomando como referencia el euro o volver al patrón oro. Suena simple, pero las autoridades financieras dicen que no es tan fácil. ¿Estamos condenados a ser arrastrados en la caída de la moneda norteamericana?, ¿a ese punto llegó nuestra dependencia?
Esa es la tendencia de quienes, durante los decenios anteriores, manejaron la economía de Bolivia y, seguramente, de todos los países empobrecidos.
Sin embargo, otros analistas encuentran que no hay tal determinismo. Más de una alternativa de solución tiene este problema. La meta es librarse de la hegemonía del dólar. Puede acordarse de que, el Banco Mundial asuma, por primera vez, la representación de todos los países y disponga una unidad monetaria de valor inalterable. A esa unidad deberán referirse todas las monedas del mundo y, en consecuencia, las transacciones se mantendrían estables.
Otra posibilidad es que, los países de América Latina –lo mismo puede hacerlo Asia y África- definan una moneda común con la cual negociar con el resto del mundo.
Mientras tanto, pues no hay una solución inmediata, Bolivia debe aumentar sustancialmente sus reservas de oro y establecer, en sus convenios internacionales, fórmulas que mantengan el verdadero valor de nuestros recursos.
No podemos seguir pagando los horrorosos costos de las guerras en que se ha embarcado el gobierno de George W. Bush.
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